No a la boa
Por Cecilia Velasco / Hoy
En 1946, bajo el Gobierno de Velasco Ibarra, fue creado el Tribunal Supremo Electoral. Hasta ese entonces, los propios candidatos tenían que hacer las papeletas para terciar en elecciones. El polémico y enigmático Velasco ejerció acciones decisivas para el ejercicio del sufragio libre en un Estado con una sostenida tradición de fraude, así como para posibilitar la participación del "pueblo" en el accionar político, cosa encargada a unos pocos que se reunían en los clubes privados o recintos militares. Así se reflexiona en un interesante producto editorial y documental de reciente circulación, cuyo editor es Rafael Barriga. Sesenta años después del fenómeno "Velasco", la inoperancia ha rodeado la gestión del TSE en las recientes elecciones, en que el Estado se ha mostrado tan pródigo que despilfarra el dinero encargando contabilizar los votos a una empresa extranjera de dudosa fama. Los partidos políticos ya no tienen que mandar a hacer sus propias papeletas, pero a lo mejor podrían, y con auspicios oficiales. El TSE se ha pasmado frente a los excesos millonarios en la campaña de Noboa, y ahora, con aire infantil, se pregunta: los miles de dólares regalados, los shows, las sillas de ruedas, el vestuario, los víveres, los aparatos entregados en todo el país ¿son una donación que la ciudadanía y las instituciones deberíamos agradecer, o cabe la remota posibilidad de que se imputen como gasto electoral?
Velasco tiene rasgos del populista: plantea varias reformas, pero defiende el no cambio, se erige a sí mismo como líder superior y paternal, opone de modo maniqueo "pueblo" a "oligarquía"; para algunos, él no armó una propuesta doctrinaria ni partidista, sino que fue instrumento para el mantenimiento de la oligarquía en el poder. El caso de Noboa es peor. Mientras Velasco reconocía la inminencia del hecho democrático del ascenso popular e igualitario de las masas, y exaltaba las calles como escenario de los ciudadanos libres y no de los esclavos encadenados, Noboa lanza mendrugos a sus siervos para apaciguarlos y para que nunca salgan de la inopia.
El hecho democrático e igualitario le aterra, incluso como discurso. Las reformas de cualquier índole le tienen sin cuidado. No es figura de la oligarquía, sino su encarnación.
Velasco, como un cierto modelo de intelectual, creció despreciando el dinero, mientras Noboa vendería a su propia madre. Si Velasco fue un caudillo nacional, Noboa lucra de pequeños poderes locales que ha comprado a través de su empresa electorera.
En 2006 es evidente que la estructura general del Estado no ha cambiado y los pactos se han impuesto sobre las transformaciones, pero varios hechos en la vida nacional supondrían una nueva conciencia política: los funcionarios públicos no son nuestros patroncitos, sino que somos sus mandantes; en el poder, los oligarcas benefician sus propios negocios y archivan cualquier proyecto nacional.
En 1946, bajo el Gobierno de Velasco Ibarra, fue creado el Tribunal Supremo Electoral. Hasta ese entonces, los propios candidatos tenían que hacer las papeletas para terciar en elecciones. El polémico y enigmático Velasco ejerció acciones decisivas para el ejercicio del sufragio libre en un Estado con una sostenida tradición de fraude, así como para posibilitar la participación del "pueblo" en el accionar político, cosa encargada a unos pocos que se reunían en los clubes privados o recintos militares. Así se reflexiona en un interesante producto editorial y documental de reciente circulación, cuyo editor es Rafael Barriga. Sesenta años después del fenómeno "Velasco", la inoperancia ha rodeado la gestión del TSE en las recientes elecciones, en que el Estado se ha mostrado tan pródigo que despilfarra el dinero encargando contabilizar los votos a una empresa extranjera de dudosa fama. Los partidos políticos ya no tienen que mandar a hacer sus propias papeletas, pero a lo mejor podrían, y con auspicios oficiales. El TSE se ha pasmado frente a los excesos millonarios en la campaña de Noboa, y ahora, con aire infantil, se pregunta: los miles de dólares regalados, los shows, las sillas de ruedas, el vestuario, los víveres, los aparatos entregados en todo el país ¿son una donación que la ciudadanía y las instituciones deberíamos agradecer, o cabe la remota posibilidad de que se imputen como gasto electoral?
Velasco tiene rasgos del populista: plantea varias reformas, pero defiende el no cambio, se erige a sí mismo como líder superior y paternal, opone de modo maniqueo "pueblo" a "oligarquía"; para algunos, él no armó una propuesta doctrinaria ni partidista, sino que fue instrumento para el mantenimiento de la oligarquía en el poder. El caso de Noboa es peor. Mientras Velasco reconocía la inminencia del hecho democrático del ascenso popular e igualitario de las masas, y exaltaba las calles como escenario de los ciudadanos libres y no de los esclavos encadenados, Noboa lanza mendrugos a sus siervos para apaciguarlos y para que nunca salgan de la inopia.
El hecho democrático e igualitario le aterra, incluso como discurso. Las reformas de cualquier índole le tienen sin cuidado. No es figura de la oligarquía, sino su encarnación.
Velasco, como un cierto modelo de intelectual, creció despreciando el dinero, mientras Noboa vendería a su propia madre. Si Velasco fue un caudillo nacional, Noboa lucra de pequeños poderes locales que ha comprado a través de su empresa electorera.
En 2006 es evidente que la estructura general del Estado no ha cambiado y los pactos se han impuesto sobre las transformaciones, pero varios hechos en la vida nacional supondrían una nueva conciencia política: los funcionarios públicos no son nuestros patroncitos, sino que somos sus mandantes; en el poder, los oligarcas benefician sus propios negocios y archivan cualquier proyecto nacional.
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