Poder embriagado de poder
Por Juan Cárdenas Espinoza
El Mercurio
Demandó la interdicción de su padre en vida, para que un juez lo declare incapaz de administrar su cuantiosa fortuna; a su muerte, despojó a la viuda y a todos sus hermanos de la herencia, para convertirse en el hombre (es un decir) más rico del Ecuador y en esa condición viene administrando una infinidad de empresas ya instaladas, con la insaciable codicia del típico patrón que quiere todo y abusa de todos.
En ninguna de ellas hay un solo sindicato y cuando alguien intenta organizarse, le saca a patadas con los agentes del orden a su orden, como ocurrió en la hacienda Los Alamos. Explotador como es, se sirve del trabajo de los niños, a quienes paga propinas de miseria como salario. Es el entusiasta precursor de las Tercerizadoras, mañoso mecanismo para evadir su responsabilidad patronal, con remuneraciones que son un insulto a los derechos de los obreros, contando con la sobornada complicidad de algunas autoridades.
A nadie paga su liquidación. Cuando quiere botar a un trabajador o empleado, lo acusa de ladrón y le saca a la carrera. El coro de sus áulicos festejan semejante "eficiencia" del gran empresario, acostumbrado a retener abusivamente un dólar por caja a los indignados productores bananeros, que se aguantan las ganas de desenmascararlo, porque son víctimas del más cerrado monopolio en la explotación de la fruta. Sus tentáculos han llegado a las alturas de la politiquería, por medio del Prian, con jueces, magistrados y vocales obsecuentes y listos para la defensa de sus canonjías, como el no pago de sus cuantiosos impuestos pendientes, ni las multas por el exceso en el ofensivo gasto electoral. Todo tiene bajo control. Lo aprendió del capo mayor que hoy vive su merecido desprecio popular y ostracismo, mientras le brinda su venenoso apoyo.
Es el perfil del finalista de la derecha populista. Ni siquiera tuvo el mérito de estudiar en alguna universidad de mediano prestigio en el exterior. Vago y mediocre hijo de papá, se graduó a empellones en la Laica porteña, como abogado sportman, sin que hasta hoy nadie haya visto su firma patrocinando una simple información sumaria. Una completa nulidad.
Pero enfermo de ambición, a su ostentoso y multimillonario poder económico, quiere agregarle el poder político para cerrar uno de sus más codiciados y lucrativos negocios. Quiere comprarse la República para redondear su fortuna. Con ínfulas dictatoriales, se cree el iluminado, el predestinado divino para alzarse con el poder, en medio de una chacota vergonzante, con miserables y humillados discapacitados. Simula sanaciones, ensaya bendiciones y perdones, con un librito de mormones en la mano. Grotesca cachetada en contra de un pueblo mayoritariamente católico y cristiano, que no puede dejarse embobar por un bobo.
Frente a esta audacia desquiciada y mesiánica, está la opción por la dignidad y la moral política, por una Patria altiva y soberana, con la fuerza transformadora de la revolución ciudadana y el eje transversal de la Asamblea Constituyente.
El Mercurio
Demandó la interdicción de su padre en vida, para que un juez lo declare incapaz de administrar su cuantiosa fortuna; a su muerte, despojó a la viuda y a todos sus hermanos de la herencia, para convertirse en el hombre (es un decir) más rico del Ecuador y en esa condición viene administrando una infinidad de empresas ya instaladas, con la insaciable codicia del típico patrón que quiere todo y abusa de todos.
En ninguna de ellas hay un solo sindicato y cuando alguien intenta organizarse, le saca a patadas con los agentes del orden a su orden, como ocurrió en la hacienda Los Alamos. Explotador como es, se sirve del trabajo de los niños, a quienes paga propinas de miseria como salario. Es el entusiasta precursor de las Tercerizadoras, mañoso mecanismo para evadir su responsabilidad patronal, con remuneraciones que son un insulto a los derechos de los obreros, contando con la sobornada complicidad de algunas autoridades.
A nadie paga su liquidación. Cuando quiere botar a un trabajador o empleado, lo acusa de ladrón y le saca a la carrera. El coro de sus áulicos festejan semejante "eficiencia" del gran empresario, acostumbrado a retener abusivamente un dólar por caja a los indignados productores bananeros, que se aguantan las ganas de desenmascararlo, porque son víctimas del más cerrado monopolio en la explotación de la fruta. Sus tentáculos han llegado a las alturas de la politiquería, por medio del Prian, con jueces, magistrados y vocales obsecuentes y listos para la defensa de sus canonjías, como el no pago de sus cuantiosos impuestos pendientes, ni las multas por el exceso en el ofensivo gasto electoral. Todo tiene bajo control. Lo aprendió del capo mayor que hoy vive su merecido desprecio popular y ostracismo, mientras le brinda su venenoso apoyo.
Es el perfil del finalista de la derecha populista. Ni siquiera tuvo el mérito de estudiar en alguna universidad de mediano prestigio en el exterior. Vago y mediocre hijo de papá, se graduó a empellones en la Laica porteña, como abogado sportman, sin que hasta hoy nadie haya visto su firma patrocinando una simple información sumaria. Una completa nulidad.
Pero enfermo de ambición, a su ostentoso y multimillonario poder económico, quiere agregarle el poder político para cerrar uno de sus más codiciados y lucrativos negocios. Quiere comprarse la República para redondear su fortuna. Con ínfulas dictatoriales, se cree el iluminado, el predestinado divino para alzarse con el poder, en medio de una chacota vergonzante, con miserables y humillados discapacitados. Simula sanaciones, ensaya bendiciones y perdones, con un librito de mormones en la mano. Grotesca cachetada en contra de un pueblo mayoritariamente católico y cristiano, que no puede dejarse embobar por un bobo.
Frente a esta audacia desquiciada y mesiánica, está la opción por la dignidad y la moral política, por una Patria altiva y soberana, con la fuerza transformadora de la revolución ciudadana y el eje transversal de la Asamblea Constituyente.
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